En Romanos 7, el apóstol Pablo utiliza la para ilustrar la relación entre el creyente y la ley. Al afirmar que la mujer está ligada a su esposo mientras él vive, Pablo establece un principio fundamental: la solo tiene poder sobre nosotros mientras estamos vivos. Al morir a la ley a través de la , los creyentes son liberados para pertenecer a Aquel que resucitó, y así pueden dar (Romanos 7:4).
Este pasaje nos invita a reflexionar sobre la que habita en nosotros. Pablo reconoce que, aunque la ley es santa y justa, el pecado se aprovecha de ella para manifestarse. Sin la ley, el pecado permanece inactivo, pero al recibir el mandamiento, se despiertan en nosotros deseos que nos llevan a la muerte (Romanos 7:8-10). Aquí, el apóstol nos muestra la de la ley: lo que debería darnos vida, a menudo nos lleva a la muerte debido a nuestra naturaleza pecaminosa.
La lucha interna que Pablo describe es una experiencia común entre los creyentes. A pesar de nuestro deseo de hacer el bien, nos encontramos atrapados en un conflicto entre la y la ley del pecado que habita en nuestros cuerpos (Romanos 7:21-23). Este reconocimiento de nuestra debilidad es crucial, ya que nos lleva a clamar por liberación. La pregunta de Pablo, "¿Quién me librará de este cuerpo mortal?" (Romanos 7:24), resuena en el corazón de todo creyente que anhela la y la en Cristo.
La respuesta a esta angustiosa pregunta es clara: "¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!" (Romanos 7:25). En Cristo encontramos la y la que necesitamos. Aunque nuestra naturaleza pecaminosa sigue presente, la obra redentora de Jesús nos permite vivir en el poder del , transformando nuestra vida y capacitándonos para cumplir la voluntad de Dios. Así, el llamado a vivir en justicia y amor, como enfatiza el profeta Zacarías, se convierte en una realidad en nuestras vidas, donde la práctica de la y la se manifiestan como frutos del Espíritu.
En conclusión, el mensaje de Pablo en Romanos 7 es un recordatorio poderoso de que, aunque luchamos con el pecado, nuestra identidad en Cristo nos libera de la condenación de la ley. Estamos llamados a vivir en la que Él nos ofrece, llevando a cabo buenas obras que reflejan su amor y justicia en un mundo que tanto las necesita.