El Libro de Eclesiastés nos invita a detenernos en medio de las prisas y reflexionar sobre el sentido profundo de la vida. A través de la voz del “Predicador”, conocido como Qohelet, se nos presenta un hombre sabio, probablemente el rey Salomón, aunque algunos piensan que fue otro autor que quiso ofrecernos este legado de sabiduría. Este texto, que a veces parece pesimista con sus frases célebres como “todo es vanidad”, en realidad es una meditación sobre lo transitorio que es todo lo que nos rodea.
Desde las palabras iniciales, se nos recuerda que lo que vemos bajo el sol es pasajero. Las riquezas, los placeres, el trabajo… todo esto tiene un valor limitado cuando se vive sin tener en cuenta a Dios. Es por eso que el autor nos lleva por una serie de reflexiones poéticas que no solo nos invitan a pensar, sino a sentir. Cada frase parece cargada de una sabiduría que viene de haberlo visto todo, de haber vivido intensamente.
A menudo, este libro ha sido leído en momentos de duelo, porque Eclesiastés nos habla de la muerte, pero no lo hace de manera sombría, sino como un recordatorio de que la vida tiene un tiempo y cada cosa tiene su lugar. “Todo tiene su tiempo”, nos dice el Predicador, recordándonos que hay un momento para reír y un momento para llorar, un tiempo para nacer y un tiempo para morir. Y así, nos invita a vivir plenamente cada momento, pero con la conciencia de que el verdadero sentido de la vida no se encuentra en lo que poseemos, sino en nuestra relación con Dios.
El mensaje de Eclesiastés puede parecer duro a primera vista, pero en su conclusión nos da una esperanza: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre”. Aquí, el Predicador nos recuerda que, aunque todo lo demás sea fugaz, nuestra conexión con Dios es lo que perdura, lo que da sentido y profundidad a todo lo que hacemos.
En este libro encontramos un eco de las grandes preguntas filosóficas de la humanidad, preguntas que no solo resonaban en el Israel antiguo, sino también en las escuelas de pensamiento griego. Y hoy, miles de años después, seguimos encontrando consuelo y sabiduría en sus páginas. ¿Qué mejor manera de vivir que reconociendo que todo tiene su tiempo, y que el verdadero gozo se encuentra al caminar en los caminos de Dios?
Este libro nos recuerda que, aunque el mundo esté lleno de cambios y desafíos, hay una verdad eterna en la que podemos descansar: la presencia de Dios da sentido a nuestra vida.