Segunda epístola de Juan

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La Segunda epístola de Juan, aunque es una de las más breves del Nuevo Testamento, está llena de enseñanzas profundas que resuenan con el corazón de los creyentes. Escrita por el apóstol Juan, esta carta está impregnada del mismo espíritu de amor y verdad que encontramos en su Evangelio y las otras epístolas. A lo largo de estos pocos versículos, Juan nos recuerda algo que nunca debemos olvidar: el mandamiento más grande es el amor, pero este amor debe estar fundamentado en la verdad.

Uno de los aspectos más intrigantes de esta carta es su destinataria, la “señora elegida”. Algunos piensan que Juan se refiere a una persona real, quizás una líder en la iglesia, mientras que otros ven en ella una representación simbólica de la comunidad de creyentes. Sea cual sea el caso, lo que está claro es que Juan se dirige a alguien que tiene gran responsabilidad en la fe, y su consejo es claro: el amor y la verdad deben caminar juntos.

En un tono de advertencia, Juan nos recuerda el peligro de los falsos maestros, aquellos que intentan desviar la fe de los creyentes. En esos tiempos, como ahora, había quienes distorsionaban la verdadera enseñanza sobre Cristo, y Juan no se andaba con rodeos al decir que no debemos aceptar ni escuchar a esos que niegan que Jesús es el Mesías.

El apóstol insiste en la importancia de andar en la verdad, una frase que nos invita a no solo conocer el evangelio, sino a vivirlo. Y esto nos lleva a la enseñanza de amor que Juan tanto predicaba: amar a Dios y amarnos los unos a los otros. Este es el mensaje que atraviesa todo lo que Juan escribió, desde su Evangelio hasta esta breve pero significativa carta.

Juan también nos habla de aquellos que niegan la verdadera naturaleza de Cristo, a quienes él llama “anticristos”. Esta advertencia nos recuerda que la enseñanza sobre Jesús no es un asunto secundario; creer en la correcta doctrina de Cristo es vital para nuestra fe.

Al final, Juan nos da un consejo que puede parecer duro para algunos: no debemos mostrar hospitalidad a los que enseñan falsas doctrinas. En una época donde la hospitalidad era vista como una virtud fundamental, este mandato resalta la gravedad de mantener la pureza de la fe. La verdad de Cristo es el núcleo que debe guiar nuestras relaciones, nuestras acciones y nuestra comunidad.

Con estas palabras, Juan nos llama a permanecer firmes en la fe, a no comprometer la verdad por conveniencia, y a recordar que el amor que compartimos debe siempre estar enraizado en la enseñanza correcta de Jesucristo.

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