El Evangelio de Marcos es un relato que nos lleva directamente al corazón del ministerio de Jesús, sin preámbulos ni largas introducciones. Se trata del Evangelio más antiguo, escrito probablemente alrededor del año 70 d.C., y nos da la impresión de estar escuchando a alguien que quiere contarnos de inmediato lo esencial. Aquí, Jesús aparece como alguien lleno de acción y compasión, y cada página nos muestra cómo el Hijo de Dios se mueve entre la gente, sanando y liberando a los que están atrapados por el dolor y el mal.
Este Evangelio fue escrito por Juan Marcos, un discípulo que, aunque no estuvo directamente con Jesús, acompañó a los apóstoles más cercanos. Fue muy cercano a Pedro, y muchos creen que gran parte de lo que Marcos nos cuenta está basado en los recuerdos y las enseñanzas del apóstol. Imagina a Pedro compartiendo con emoción todo lo que vivió, y a Juan Marcos tomando nota, para que las generaciones futuras no pierdan ni un detalle.
Una de las particularidades de Marcos es que su relato es breve, pero lleno de vida. No nos encontramos con genealogías extensas ni largas enseñanzas, sino con un enfoque claro en la misión de Jesús: liberar, sanar y redimir. Su estilo es conciso y directo, como si quisiera que no nos perdamos en el camino. Jesús aparece aquí como el Salvador que actúa, que transforma el mundo a través de sus milagros: sana a los enfermos, resucita a los muertos y expulsa demonios, mostrándonos el poder de Dios en cada milagro.
Marcos también nos invita a notar algo curioso: el “secreto mesiánico”. A lo largo del relato, Jesús pide a quienes han sido testigos de su poder, que no revelen quién es Él. Es un misterio que envuelve la identidad del Mesías, como si quisiera que el mundo descubriera su verdadera naturaleza poco a poco, cuando estuvieran listos para entender el profundo significado de su misión.
Este Evangelio fue pensado para gentiles, para aquellos que no provenían del mundo judío. Lo notamos en los momentos en que Marcos traduce palabras en arameo o explica costumbres que serían desconocidas para los no judíos. Su público era amplio, y esto refleja el deseo de que todos, sin importar su origen, pudieran comprender el mensaje de Jesús.
Hay algo más que distingue al Evangelio de Marcos de los otros Evangelios, y es el retrato tan humano de Jesús. Aquí lo vemos enfadado cuando presencia la dureza de corazón, cansado después de largas jornadas de predicación, y profundamente conmovido por el sufrimiento de las personas. Este Jesús nos resulta cercano, porque comparte nuestras emociones y entiende nuestras luchas. No es un Jesús distante, sino uno que camina con nosotros, sufre con nosotros y se compadece de nuestras heridas.
El final del Evangelio es tan inesperado como su comienzo. En el capítulo 16, después de la resurrección, vemos a las mujeres que llegan a la tumba vacía y salen huyendo, llenas de miedo. No hay apariciones grandiosas de Jesús resucitado en el final original de Marcos, lo cual ha causado mucho debate. Pero quizás esa era la intención: dejarnos con la sensación de asombro y expectativa, invitándonos a completar el relato en nuestras vidas, a buscar a Jesús resucitado no solo en las palabras del texto, sino en nuestra propia experiencia de fe.
El Evangelio de Marcos no busca impresionar con grandes discursos o detalles complicados. Está escrito en un griego sencillo, accesible, para que cualquier persona pudiera entender. Es una obra pensada para tocar los corazones de los sencillos, para aquellos que necesitan ver a Jesús en acción, moviéndose entre la humanidad, siendo un testigo de amor en cada milagro, en cada gesto de compasión.
Al leer este Evangelio, estamos invitados a participar en esa historia. No es solo el relato de lo que sucedió hace dos mil años; es un mensaje vivo que continúa hoy. Jesús sigue actuando, sigue sanando, y nos sigue llamando a seguirle, tal como lo hizo en las calles polvorientas de Galilea.
