La Pascua, tal como se describe en el relato de Éxodo 9:1-14, no es solo un ritual de celebración, sino un profundo recordatorio de la liberación y la identidad del pueblo de Israel. En un contexto donde los israelitas se encontraban en el desierto, esta celebración se convierte en un acto de obediencia y comunión con Dios. La instrucción de celebrar la Pascua en la fecha señalada refleja la importancia de la memoria colectiva y la fidelidad a los mandamientos divinos.
En el siguiente relato sobre la nube que cubre el santuario (Éxodo 9:15-23), se revela la presencia divina y la dirección que Dios ofrece a su pueblo. La nube y el fuego son símbolos de la santidad y la transcendencia de Dios, y su movimiento indica cuándo el pueblo debe marchar o permanecer. Este relato no solo describe un hecho histórico, sino que también refleja una teología profunda sobre la relación entre Dios y su pueblo.
En conclusión, tanto la celebración de la Pascua como la presencia de la nube sobre el santuario nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia relación con Dios. Nos recuerdan que, aunque Él es un Dios de santidad y trascendencia, también es un Dios que se acerca a nosotros, que nos llama a participar en su obra redentora y que nos guía en nuestro camino. Que nuestras comunidades sean espacios donde todos, sin distinción, puedan experimentar la gracia y la inclusión que Dios ofrece a través de su amor.