En el pasaje de Números 18:1-32, encontramos una clara delineación de las funciones y derechos de los aaronitas y levitas, que es fundamental para entender la estructura del culto en Israel. Este texto no solo establece la primacía del sacerdocio aarónita sobre los levitas, sino que también resalta la importancia de la santidad en el servicio a Dios.
El Señor le comunica a Aarón que, aunque todos los levitas están dedicados al servicio sagrado, solo él y sus hijos tienen el derecho exclusivo de ejercer el sacerdocio. Este es un recordatorio de que el acercamiento a lo sagrado conlleva una gran responsabilidad y, a su vez, un alto costo. La advertencia de que cualquier persona no autorizada que se acerque a las cosas sagradas será condenada a muerte (versículo 7) subraya la seriedad del llamado divino y la necesidad de respetar los límites establecidos por Dios.
Además, el texto menciona que los levitas recibirán como herencia los diezmos de Israel, lo que les proporciona sustento por su servicio en la Tienda de reunión. Este sistema de sostenimiento no solo asegura que los levitas puedan dedicarse plenamente a su ministerio, sino que también refleja la interdependencia entre el pueblo y sus líderes espirituales. Los israelitas, al presentar sus ofrendas, están reconociendo que todo lo que poseen proviene de Dios y que, en gratitud, deben sostener a aquellos que les guían en su vida espiritual.
En este contexto, es esencial notar que la santidad de las ofrendas y el servicio a Dios son temas recurrentes. Las ofrendas que se presentan al Señor son descritas como "muy santas" (versículo 9), lo que implica que deben ser tratadas con el máximo respeto y reverencia. Este principio se extiende a la vida de los creyentes hoy, recordándonos que nuestras ofrendas y nuestro servicio a Dios deben ser ofrecidos con un corazón puro y en obediencia a Su voluntad.
La enseñanza de que los levitas deben presentar el diezmo de los diezmos (versículo 26) también revela una profunda verdad espiritual: el acto de dar es un acto de adoración. Al reservar lo mejor para Dios, los levitas no solo cumplen con un deber, sino que también participan en un acto de consagración que fortalece su relación con el Señor y con el pueblo. Este principio de dar lo mejor se aplica a todos los creyentes, invitándonos a ofrecer nuestras vidas, talentos y recursos en servicio a Dios y a los demás.
En resumen, este pasaje no es solo una regulación sobre el sacerdocio y el sostenimiento de los levitas, sino una rica enseñanza sobre la santidad, la responsabilidad y la interdependencia en la comunidad de fe. Nos recuerda que cada uno de nosotros tiene un papel en el cuerpo de Cristo, y que, al dar y servir, participamos en el plan divino que Dios ha establecido para Su pueblo. Así, somos llamados a vivir en una relación de confianza y obediencia, reconociendo que el Señor mismo es nuestra porción y herencia.