En el relato del Concilio de Jerusalén, encontramos un momento crucial en la historia de la Iglesia primitiva, donde se debatía la inclusión de los gentiles en la comunidad de fe. Este evento no solo refleja un conflicto teológico, sino que también es un testimonio del amor y la gracia de Dios que trasciende las barreras culturales y religiosas.
En Hechos 15:1, algunos de los creyentes de Judea enseñan que la circuncisión es necesaria para la salvación. Este argumento, basado en la tradición de Moisés, provoca un altercado que lleva a Pablo y Bernabé a Jerusalén para discutir el asunto con los apóstoles y ancianos. Este viaje no solo es físico, sino también un viaje hacia la comprensión de la gracia divina que se extiende a todos, sin distinción.
Este relato nos invita a reflexionar sobre cómo, a menudo, podemos caer en la trampa de imponer cargas innecesarias a otros en nuestra búsqueda de la santidad. La gracia de Dios nos llama a extender la mano a todos, a ser un reflejo de su amor incondicional. En un mundo dividido, la Iglesia está llamada a ser un lugar de acogida, donde cada persona, sin importar su trasfondo, pueda experimentar el amor transformador de Cristo.
En conclusión, el Concilio de Jerusalén no es solo un evento histórico, sino una lección vital para nosotros hoy. Nos recuerda que la salvación es un regalo que se recibe por fe, y que nuestra misión es compartir este mensaje de esperanza y amor con todos, sin distinción. Que podamos ser instrumentos de paz y unidad en el cuerpo de Cristo, viviendo en la libertad que nos da su gracia.