El pasaje de Ezequiel 48, que describe la distribución de las tierras entre las tribus de Israel, es un texto que trasciende la mera geografía. En un contexto histórico donde el pueblo de Israel había enfrentado el exilio y la pérdida de su identidad, este relato se convierte en un símbolo de y . La meticulosa asignación de territorios no solo refleja un orden divino, sino que también reafirma la de que su pueblo tendría un lugar en la tierra que les fue prometida.