En el relato de Ezequiel 10, se nos presenta una visión poderosa y conmovedora de la gloria de Dios que se eleva del templo. Este pasaje, que se sitúa en un contexto de crisis para el pueblo de Israel, refleja la profunda tristeza y la pérdida espiritual que experimentaban los israelitas en el exilio. La imagen de la gloria de Dios abandonando el templo es un símbolo de la separación entre Dios y su pueblo, resultado de la idolatría y la desobediencia que habían prevalecido en sus corazones.
En el versículo 4, se describe cómo la nube llena el templo y el atrio se ilumina con el resplandor de la gloria del Señor. Esta manifestación de la presencia divina es un recordatorio de que Dios no está ausente, sino que su gloria se manifiesta incluso en medio del juicio. El hecho de que la gloria se eleve hacia el umbral del templo indica un cambio en la relación entre Dios y su pueblo, un llamado a la reflexión y al arrepentimiento.
Los querubines, seres celestiales que acompañan a la gloria de Dios, son descritos con un simbolismo rico y complejo. Tienen múltiples caras y alas, lo que sugiere la multidimensionalidad de la presencia divina y su capacidad para estar presente en todas partes. Este detalle nos invita a considerar que, aunque la gloria de Dios se aleje del templo, su poder y autoridad siguen siendo omnipresentes. Los querubines también representan la protección y la guía de Dios, recordándonos que Él sigue siendo soberano incluso en tiempos de crisis.
La orden que recibe el hombre vestido de lino para tomar brasas y esparcirlas por la ciudad es un acto de juicio, pero también de purificación. Este fuego simboliza la purificación que debe ocurrir en el corazón del pueblo. Dios, en su justicia, no solo se aleja, sino que también llama a su pueblo a un proceso de sanación y restauración. La gloria de Dios, aunque se retira, deja un mensaje claro: hay esperanza de redención si el pueblo se vuelve a Él.
En conclusión, el pasaje de Ezequiel 10 no es solo una descripción de la gloria de Dios abandonando el templo, sino una profunda reflexión sobre la relación entre Dios y su pueblo. Nos invita a reconocer nuestras propias faltas y a buscar la restauración en la presencia de Dios. La gloria de Dios, aunque se aleje, siempre está dispuesta a regresar a aquellos que se arrepienten y buscan su rostro. Este relato nos llama a ser un pueblo que vive en la luz de su gloria, buscando siempre su presencia en nuestras vidas.