En el relato del ungimiento de Jesús en Betania, encontramos un momento de profunda devoción y revelación. María, al derramar el perfume de nardo puro sobre los pies de Jesús, no solo expresa su amor y gratitud, sino que también anticipa la muerte y sepultura de su Maestro. Este acto, que podría parecer extravagante a los ojos de algunos, es en realidad un símbolo de la adoración auténtica que trasciende las normas sociales y económicas.
Judas Iscariote, al cuestionar el uso del perfume, revela su hipocresía y su verdadero interés en el dinero. Su crítica no proviene de un deseo genuino de ayudar a los pobres, sino de su propia avaricia. Jesús, al defender a María, nos recuerda que hay momentos en los que la adoración debe ser prioritaria sobre las preocupaciones materiales. La respuesta de Jesús, "A los pobres siempre los tendrán con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán", nos invita a reflexionar sobre la transitoriedad de la vida y la importancia de valorar cada momento con el Señor.
Este pasaje también nos confronta con la realidad de la incredulidad que rodea a Jesús. A pesar de los milagros y las enseñanzas que realizó, muchos, incluidos los líderes religiosos, se negaron a reconocer su divinidad. La incredulidad de los judíos, como se menciona más adelante, se convierte en un eco de la resistencia que aún hoy enfrentamos ante la verdad del Evangelio. La invitación a "caminar en la luz" es un llamado a no dejar que las tinieblas de la duda y la desconfianza nos alejen de la verdad que se nos ha revelado en Cristo.
En este contexto, el ungimiento de Jesús no es solo un acto de amor, sino un testimonio profético de lo que estaba por venir. La fragancia del perfume que llenó la casa simboliza la presencia y el poder transformador de Jesús, que atrae a muchos hacia Él, incluso en medio de la oposición. Así, somos llamados a ser como María, dispuestos a adorar y honrar a Jesús, reconociendo su señal de amor y sacrificio por nosotros.