En el relato de Josué 4, encontramos un momento crucial en la historia del pueblo de Israel, un momento que no solo marca el cruce del Jordán, sino que también establece un recuerdo tangible de la intervención divina en sus vidas. Las doce piedras, tomadas del cauce del río, no son meras rocas; son un símbolo de la fidelidad de Dios y un testimonio de su poder.
Cuando el Señor instruye a Josué para que elija a un hombre de cada tribu, se nos recuerda que la comunidad de Israel es unida en su experiencia de salvación. Cada piedra representa a una tribu, y así, cada tribu tiene un papel en la historia de la redención. Este acto de recoger las piedras es un acto de memoria y identidad, donde el pueblo es llamado a recordar su pasado y a enseñar a las futuras generaciones sobre la grandeza de Dios.
La colocación de las piedras en Guilgal no solo establece un lugar de memoria, sino que también simboliza la promesa de Dios de estar con su pueblo en cada paso del camino. Así como las aguas del Jordán se detuvieron, el pueblo de Israel fue llamado a detenerse y reflexionar sobre su historia, su identidad y su futuro en Dios. En nuestra vida diaria, también somos llamados a crear espacios de memoria donde podamos recordar y celebrar las obras de Dios en nuestras vidas.
En conclusión, el relato de las doce piedras nos invita a ser conscientes de la fidelidad de Dios en nuestra historia personal y comunitaria. Nos recuerda que cada uno de nosotros tiene un papel en el relato de la salvación y que, al compartir nuestras historias, podemos inspirar a otros a conocer y temer al Señor, el Dios que actúa poderosamente en medio de su pueblo.