En el relato de Génesis 35:1-15, encontramos un momento crucial en la vida de Jacob, donde Dios le ordena regresar a Betel, un lugar de encuentro y revelación divina. Este mandato no es solo un llamado geográfico, sino un llamado espiritual a la renovación y a la restauración de su relación con el Creador. Jacob, al obedecer, demuestra que su vida está guiada por la voluntad divina y no por sus propias decisiones.
La instrucción de Dios a Jacob de erigir un altar en Betel resalta la importancia de la adoración y el reconocimiento de la presencia de Dios en nuestras vidas. Al construir este altar, Jacob no solo recuerda su encuentro anterior con Dios, sino que también establece un lugar de adoración que servirá como un testimonio de la fidelidad de Dios a lo largo de las generaciones. Este acto de adoración es fundamental para la identidad del pueblo de Israel, ya que Betel se convierte en un símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
La purificación que Jacob exige a su familia, deshaciéndose de los dioses extraños y cambiándose de ropa, es un acto de consagración. Este acto simboliza la necesidad de limpieza espiritual antes de acercarse a Dios. La eliminación de ídolos y la renovación de su vestimenta reflejan un deseo de renovación y fidelidad a la única fuente de vida y esperanza. Este proceso de purificación es un recordatorio de que, en nuestra vida de fe, debemos despojarnos de todo lo que nos aleja de Dios y buscar su presencia con corazones limpios.
El nacimiento de Benjamín y la muerte de Raquel, en Génesis 35:16-20, nos muestran la dualidad de la vida y la muerte. Raquel, quien había sido el primer amor de Jacob, da a luz en medio del dolor, simbolizando que la vida a menudo surge de momentos de sufrimiento. El nombre que ella le da a su hijo, Benoní, que significa "hijo de mi dolor", contrasta con el nombre que Jacob le otorga, Benjamín, que significa "hijo de la mano derecha", un nombre que implica bendición y favor. Este cambio de nombre refleja la capacidad de Dios para transformar el dolor en esperanza y vida, un tema recurrente en la narrativa bíblica.
Finalmente, la muerte de Isaac en Génesis 35:27-29 cierra un ciclo en la historia de los patriarcas. La reunión de Jacob y Esaú para sepultar a su padre, a pesar de sus diferencias, subraya la importancia de la unidad familiar. La muerte de Isaac, a la edad de ciento ochenta años, es presentada como un final sereno y lleno de significado, lo que nos recuerda que la vida no se mide solo en años, sino en la calidad de las relaciones y en el legado que dejamos. La sepultura de Isaac por sus hijos es un acto de reconciliación y un testimonio de la continuidad del pacto de Dios con Abraham, Isaac y Jacob.
En resumen, este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestra propia relación con Dios, la importancia de la adoración, la purificación de nuestras vidas, y el significado de la vida y la muerte en el contexto de la fe. Nos recuerda que, a pesar de las dificultades y los sufrimientos, Dios está presente, transformando nuestro dolor en esperanza y guiándonos hacia un futuro lleno de promesas.