En el Salmo 90, el salmista nos invita a contemplar la grandeza de Dios y la fragilidad de la vida humana. Este salmo, atribuido a Moisés, se sitúa en un contexto de reflexión profunda, donde el pueblo de Israel, enfrentando el sufrimiento y la incertidumbre, busca entender su relación con el Creador.
Aquí se establece la permanencia de Dios como refugio, contrastando con la transitoriedad del ser humano. A lo largo de la historia, las generaciones han encontrado en Él un lugar seguro, un recordatorio de que, aunque nuestras vidas son efímeras, Su amor y protección son eternos.
Este versículo nos confronta con la perspectiva divina del tiempo. Lo que para nosotros es un largo periodo, para Dios es solo un instante. Esto nos invita a reflexionar sobre nuestra prioridad en la vida y a valorar cada momento como un regalo divino.
La súplica del salmista es fundamental. Nos recuerda que la sabiduría no proviene solo de la experiencia, sino de la conciencia de nuestra mortalidad. Contar nuestros días implica vivir con propósito, buscando lo que realmente importa en nuestra relación con Dios y con los demás.
Este clamor final es un reconocimiento de nuestra dependencia de Dios. La gracia divina es lo que da sentido a nuestros esfuerzos. Sin Su favor, nuestras obras son en vano. Por lo tanto, debemos buscar Su presencia y permitir que Su amor transforme nuestras vidas.
En conclusión, el Salmo 90 es un poderoso recordatorio de la eternidad de Dios y la fragilidad del ser humano. Nos invita a vivir con intencionalidad, a valorar cada día y a buscar la sabiduría que solo proviene de una relación cercana con nuestro Creador. Que nuestras vidas reflejen la alegría y la esperanza que encontramos en Su amor eterno.