El relato de la victoria de Israel sobre Og, rey de Basán, es un poderoso recordatorio de la intervención divina en la historia del pueblo de Dios. En Deuteronomio 3:2, el Señor le dice a Moisés: "No le tengan miedo, porque se lo he entregado a ustedes". Este versículo subraya que la victoria no se debe a la fuerza militar de Israel, sino a la promesa y poder de Dios. La conquista de Og y su ejército es un testimonio de cómo el Señor pelea por su pueblo, reafirmando que la victoria es del Señor y no del hombre.
En el contexto histórico, Israel se encontraba en un momento de transición, a punto de entrar en la tierra prometida. La derrota de Og, el último de los gigantes, simboliza la superación de obstáculos que parecen insuperables. La cama de Og, que medía cuatro metros y medio, es un recordatorio de la grandeza aparente de los enemigos que enfrentamos en nuestra vida. Sin embargo, el relato nos enseña que, aunque los desafíos sean grandes, la fidelidad de Dios es aún mayor.
Al repartir la tierra conquistada entre las tribus, como se menciona en Deuteronomio 3:12-13, se observa un espíritu de unidad y solidaridad entre los israelitas. Las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés reciben su herencia, pero se les recuerda que deben ayudar a sus hermanos en la conquista del resto de la tierra. Este acto de cooperación es fundamental en la vida comunitaria de los creyentes, donde cada uno tiene un papel que desempeñar en el avance del Reino de Dios.
La súplica de Moisés en Deuteronomio 3:25, donde pide ver la tierra prometida, refleja el deseo humano de alcanzar lo que Dios ha prometido. Sin embargo, la respuesta de Dios, que le ordena no hablar más del asunto, nos recuerda que hay momentos en que debemos aceptar la voluntad divina, incluso cuando no entendemos completamente sus caminos. Moisés, aunque no entra a Canaán, recibe la revelación de la tierra desde el monte Pisgá, lo que simboliza que, aunque no siempre obtenemos lo que deseamos, Dios nos permite vislumbrar su plan y su propósito.
En conclusión, este relato no solo narra una victoria militar, sino que es una profunda lección sobre la dependencia de Dios en nuestras luchas, la importancia de la unidad y la solidaridad en la comunidad de fe, y la aceptación de la voluntad divina en nuestras vidas. Nos invita a confiar en que, aunque enfrentemos gigantes, el Señor está con nosotros, y su poder es suficiente para llevarnos a la victoria.