En el contexto de Deuteronomio 15:1-11, encontramos una de las leyes más revolucionarias del Antiguo Testamento: el perdón de las deudas cada siete años. Este mandamiento no solo busca aliviar la carga de la deuda, sino que también establece un principio fundamental de solidaridad y justicia social entre el pueblo de Israel. Al ordenar que cada acreedor perdone las deudas a su prójimo, Dios invita a su pueblo a construir una comunidad donde no haya pobres permanentes (v. 4), promoviendo así un ideal de igualdad y apoyo mutuo.
Este precepto se sitúa en un contexto histórico donde la acumulación de riquezas y la desigualdad comenzaban a surgir. La ley del perdón de deudas se convierte en un mecanismo para prevenir la explotación y la desigualdad, recordando a los israelitas que su bienestar depende de su obediencia a Dios y de su compromiso con el bienestar de los demás. La afirmación de que "siempre habrá pobres" (v. 11) no es una justificación de la pobreza, sino un llamado a la acción: la pobreza puede ser el resultado de circunstancias fuera del control de las personas, y la respuesta de la comunidad debe ser la generosidad y el apoyo.
La ley también nos recuerda que la generosidad no debe ser condicionada por el calendario. No debemos permitir que la proximidad del año de remisión nos lleve a cerrar nuestro corazón y nuestras manos ante las necesidades de nuestros hermanos (v. 9). La verdadera generosidad se manifiesta en la acción desinteresada, y es en este acto donde el Señor promete bendecir a quienes son generosos (v. 10).
En un mundo donde las desigualdades sociales son cada vez más evidentes, este pasaje cobra una relevancia especial. Nos invita a reflexionar sobre nuestra propia actitud hacia los necesitados y a considerar cómo podemos ser agentes de cambio en nuestras comunidades. La justicia social y la solidaridad son valores que deben guiar nuestras acciones, y el llamado a ayudar a los pobres y a los que están en necesidad es un eco del corazón de Dios.
En conclusión, el mandamiento del perdón de deudas y la generosidad hacia los pobres nos desafía a vivir en una comunidad donde el amor y la compasión prevalezcan. Es un recordatorio de que nuestra fe se expresa no solo en palabras, sino en acciones concretas que reflejan el amor de Dios hacia todos, especialmente hacia los más vulnerables. Así, al cumplir con este mandato, nos alineamos con el propósito divino de construir un mundo más justo y solidario.