El relato del censo realizado por David, tal como se presenta en 1 Crónicas 21, es un episodio que nos invita a reflexionar sobre la tentación, el pecado y la expiación. Desde el inicio, se nos muestra que Satanás indujo a David a contar al pueblo, un acto que, aunque aparentemente administrativo, revela una profunda falta de confianza en la provisión divina. Este censo no solo busca conocer la fuerza militar de Israel, sino que también refleja un deseo de glorificarse a sí mismo, en lugar de reconocer que el verdadero poder de Israel radica en su relación con Dios.
La respuesta de Joab, quien advierte a David sobre las consecuencias de su decisión, es un recordatorio de la importancia de escuchar la sabiduría y el consejo de aquellos que nos rodean. Joab, aunque leal al rey, entiende que este acto podría traer desgracia sobre el pueblo. Sin embargo, la voluntad del rey prevalece, lo que nos muestra cómo a veces, el liderazgo puede ceder ante la presión de la ambición personal.
El resultado del censo es devastador. La peste enviada por Dios como castigo por el pecado de David resulta en la muerte de setenta mil israelitas. Este evento subraya la realidad de que nuestras acciones tienen consecuencias no solo para nosotros, sino también para aquellos que nos rodean. David, al darse cuenta de su error, clama a Dios por perdón, reconociendo su necedad y la gravedad de su pecado. Este acto de arrepentimiento es crucial, ya que nos enseña que el primer paso hacia la restauración es la humildad y el reconocimiento de nuestras faltas.
La elección de David de caer en las manos del Señor, en lugar de en las manos de los hombres, revela una profunda comprensión de la misericordia y el amor de Dios. A pesar del castigo, Dios muestra su compasión al detener la destrucción y ofrecer a David la oportunidad de construir un altar en la parcela de Ornán. Este acto no solo es un símbolo de expiación, sino que también marca el lugar donde se levantará el futuro Templo, un espacio sagrado donde el pueblo podrá encontrarse con su Dios.
La negativa de David a aceptar la parcela como un regalo y su insistencia en pagar un precio justo para el altar resalta la importancia de ofrecer a Dios lo que verdaderamente nos cuesta. Este principio nos recuerda que nuestras ofrendas y sacrificios deben ser genuinos y reflejar nuestra devoción a Dios. En este acto, David establece un modelo de adoración que nos desafía a considerar el valor de nuestras ofrendas y el costo de nuestro compromiso con el Señor.
Finalmente, el fuego que desciende del cielo sobre el altar construido por David es una manifestación de la aceptación divina y un recordatorio de que Dios responde a los corazones sinceros que buscan su perdón y su presencia. Este relato, por lo tanto, no solo narra un evento histórico, sino que nos ofrece una profunda enseñanza sobre la gracia, la redención y la importancia de la adoración genuina en nuestra relación con Dios.